Un inglés en San Francisco (2da parte)

El Inglés había conseguido unas monedas para su mamá en el barrio chino y las sacó de su enorme billetera y las puso en la mesa. "No way!" pensó ella, "Qué mamón". 

Northbeach es el barrio de los italianos. Puedes oirlos cantar sus óperas en la calle, mientras te tomas un café en el Trieste, una cafetería de 3x3 donde Eddie Brickel cantaba Circle, en los ochenta. La lluvia había amainado y sólo el viento fresco revoloteaba entre las exiguas faldas de las gringas, producidas para ir de juerga.
Ella pensaba que no sabía nada de la generación Beat, pero quería sentir que por un rato ocupaba el espacio que en la línea del tiempo había contenido a Henry Miller y Kerouac, sentados en alguna mesita del Vesubio hasta emborracharse.
Arrebatada por una oleada de timidez, se asomó a los vitrales del Vesubio para descubrir que estaba repleto de gente linda. Se puso roja y pensó que de todas maneras era mejor un lugar menos poblado y desde la vereda del frente, el Tosca hacía bailar su neón rojo. En la época Beat,  era ocupado sólo por periodistas que seguramente escribian sus artículos mirando al bar de enfrente. Con un espíritu aventurero propio del chileno, cruzó la calle muy lejos del paso peatonal. 
El café estaba vacío así que fue fácil entrar y ocupar la mejor ubicación. Saludó al barman y le pidió un café caliente con licor, de manera de pasar el frío.
Rota ya la gelidez inicial, tras un par de buenos cafés, el barman preguntó de dónde venía y ella le contó que venía de Chile. El barman comentó algunas cosas y ella empezaba a explicar cuando el cliente de 2 asientos más allá comenzó a decir "Chile? Yo he estado en Chile!". Se acercó al asiento junto a ella y la saludó.
Comenzó a decir que estuvo algunos meses por intercambio. "Pero fue hace años".
Disculpa, dijo ella, tú eres de Londres o algo así? -el acento es inconfundible-. El hombre se rió y dijo que sí. Mientras ella miró el paraguas que llevaba en la mano. El acento, el paraguas... "Perdona pero, realmente eres un cliché!".
No, dijo riéndose e indicando el paraguas cuadrillé, te prometo que lo compré recién en el barrio chino. "Sí, claro. Para mí sigues siendo un cliché". Ambos se rieron y se quedaron conversando un millón de cosas que uno contaría sólo en un lugar lejano y después de innumerables cafés con licor.
El Inglés había conseguido unas monedas para su mamá en el barrio chino y las sacó de su enorme billetera y las puso en la mesa. "No way!" pensó ella, "Qué mamón". 
Eran de madera y tenían frases -también clichés- como "Vale por un abrazo" y "vale por un beso". Eso era típico de los dulces que comía cuando era chica.
El inglés escogió algunas y se las dió. Ella las miró y pensó que era aburrido y él decía que las había encontrado lindas. Ella le devolvió las monedas pero él insistió en que guardara un par. Ella se negó pero finalmente las aceptó. 
Luego de las monedas, siguieron hablando del trabajo, del viaje a San Francisco, de Santiago de Chile y las escuelas. 
Con el paso de las horas el bar había cobrado vida. El alcohol era divertido y la gente luce distinta. De noche todos los gatos son negros... Ella pensaba que era divertido y él pensaba que era divertido, a su manera. Tosió un poco y se le acercó para hablarle al oído.
-Oye, y si vamos a otro lugar? -preguntó.
¿O t r o  lugar? -pensó ella y sintió un vacío en el estómago-. ¿Qué  o t r o  lugar podría ser? El inglés no supo que decir y respondió con un "No sé" (speaking his mind).
Ella pensó que la estaba invitando a su cama. "No es que no quisiera ir a la cama con él, pero era un desconocido y qué tal si me quiere raptar o no sé qué", pensaba. Aunque sería entretenido... quizás.
A ella le vino un súbito calor. Dudó. Y luego dijo "No, me tengo que ir". Se puso de pie y se abrigó con la chaqueta. Digo muchas gracias y se fue como una flecha por la puerta. Mientras el inglés se quedó ahí como un perdedor, ella huía a toda velocidad.
Un millón de pensamientos venían a ella mientras caminaba. "Claro, es que no es que no me guste, es que... después de tantos tiempo y luego la separación... Es que no había pensado que podría estar en el mercado otra vez". Y observado este pensamiento, comenzó a bajar la velocidad de la huida.
Se dio cuenta que estaba escapando como una cobarde. "¿Y qué más? ¿Qué podría pasar? Eres una tonta Juana Guerrero!". Cuando llegó a la esquina que se sintió mal por haber reaccionado así, es que había perdido el training, sintió con vergüenza. Inspiró profundo y se dijo "Devuélvete ahora mismo!".
Dio la media vuelta chocando con una oleada de turistas y caminó a paso firme hasta el café Tosca. A la entrada dudó un poco y caminó tres pasos en dirección del inglés que seguía sentado en su silla, cabizbajo.
Estando justo detrás de él y a punto de tocarle el hombro, siguió caminando y vió el cartel del baño de mujeres. Entró y se encerró. Pensó nerviosa, pensó y pensó... se mojó la cara, se arregló el pelo y luego de mirarse unos minutos al espejo, decidió salir.
Caminó -nuevamente- a paso firme y cuando llegó a la barra el inglés ya no estaba.
Qué tonta, me demoré demasiado, pensó. Y se volvió a sentir ridícula. Pensó que quizás lo encontraría en la calle y salió para ver si estaba en la vereda.

Las calles de northbeach estaban repletas de turistas buscando diversión. Hacía frío ahora. Los garzones estaban más entusiasmados y los jazzistas ocupaban la callecita junto al Vesubio.

Caminó en una dirección y luego en otra, sin éxito. Caminó rápido, mirando con detención a los transeúntes, pero no había caso: lo había perdido.  Ni siquiera había tenido la idea de preguntarle su correo electrónico ni nada. Lo único que tenía eran unas tontas monedas en el bolsillo. Sacó una del bolsillo y se rió: "Vale por un historia".   fin


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