El muro


A principios de los noventas caía el muro de Berlín. ¿Dónde estabas tú en esos días?

Recuerdo un viaje a la playa, dónde lo menos que había era playa y lo que más disfrutábamos era estar con nuestros amigos locos, hablando temas intelectuales para ocultar los miedos que carcomían la suela de nuestros zapatos.

En realidad, sin saberlo, recién dejábamos de buscar las respuestas en otros planetas, y comenzábamos a estrellarnos con lo cotidiano. Precisamente fue ésto lo que terminó apartándonos, lo cotidiano. Nos creíamos demasiado elevados para ser imperfectos, para equivocarnos, no estábamos para cometer errores, y aquél que lo hizo, fue desterrado, fue castigado con la ley del hielo.

Luego de un par de combinados nos poníamos a bailar canciones de Tear for fears, sin sabernos bien la letra. "Nunca me aprendo esta parte", le dije y en él me contestó "No importa, nadie se la aprende nunca". Luego sólo tengo flashes de él cuidándome y yo haciéndo el ridículo en un baño mientras reclamaba "Y cómo a tí no te hace efecto!"... "Sí me hace efecto, lo que me pasa es que me quedo muy callado". Luego le pedía perdón, y me reía, y me lavaba la cara para recuperarme. Esa fue la única vez en que me descubrí volviendo a la conciencia diciendo pelotudeces como "No te vayas a Plutón, por favor!".

El muro de Berlín caía a pedazos y yo pensaba que nunca más habría guerras en el mundo. Era la ingenuidad de la juventud. Era porque estaba loca de amor. Imaginaba al mundo en paz y evolucionado, mientras me encerraba en mi pieza a escuchar canciones de Enya, envuelta en una manta hecha de plumas.

El mundo era un mundo nuevo, mientras acá comenzábamos a vivir una transición.

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