Durazno Sangrando



Era una fiesta con amigos del trabajo. David puso el departamento, y el resto llevamos las cervezas y el vino. Era un edificio viejo en calle Teatinos. Subimos las escaleras antiguas, espaciosas, paredes blancas, y el eco de nuestras voces y nuestros pasos se esparcía por las baldosas brillantes de pasillos amplios. Luces amarillentas nos iluminaban.

Era un departamento grande, con los pocos muebles que uno tiene cuando vive solo. Pusieron un disco, una voz rara, nueva y vieja. Era la primera vez que oía una canción de Spinetta.
Bailé con el Pablo, no recuerdo qué bailamos, solo recuerdo su rostro en la oscuridad y recuerdo que me gustaba. Me sentía en calma, parte de algo. Esos años eran lo años en que bailábamos y cantábamos hasta la mañana. Antes del amanecer, David dijo que podíamos subir a la azotea. Todos corrimos, o quizás fuimos en puntas de pie. Y allí estaba la Ciudad: Fresca, ingenua, gris y gastada, pero también tremenda, para nosotros que estabamos recién en la partida, con los brazos abiertos para recibirla. Ella vibraba un poco cuando empezó a salir el sol.

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