Nuestros Sábados


"Se queda pensando y me dice que a veces los hijos son los que muestran el paso de los años. Y que cómo él no tiene a veces no sé da cuenta, y que lo siente sólo cuando hace el ridículo."

Sábado. Primera vez en tanto tiempo que logro quedarme en casa.
Mi cabeza da un poco de vueltas todavía, y no es que bebiera demasiado en la fiesta de anoche. Es el mal humor que todavía me dura. Debí irme cuando pude, mi reinado pasó de ser de bullying por parte de mis colegas, a ser un juego aburrido ya arriba del escenario. Necesito agua y necesito un café.

Una vez en la calle, la ciudad buye en actividad. Calle Merced ha cambiado últimamente. Este barrio se ha vuelto popular, bullicioso. Camino vestida de mi color azul, para sobrevivir al gris de la ciudad. Entro a la disquería y pregunto por el último de los Bunkers. Nunca me gustaron, pero les doy una oportunidad únicamente porque alguien me hizo escuchar algunas canciones y me parecieron razonables. Salí de ahí alegre. Quizás hablar de música con el vendedor me hizo bien. 

El día es raro. Decimos que el clima este es el clima del fin del mundo, y nos reimos de eso. Un día es caliente como un horno y otras veces es como hoy, fresco pero no frío, un poco nuboso, haciendo que la luz del sol sea suave. Me siento mejor, es como si fuera dejando mi malestar en los adoquines de calle Merced. Incluso la gente parece ser buena conmigo.

Entro a la librería y pregunto por el último del Patricio Fernández. El dueño, un octagenario me guía entre sus estanterías. Le pregunto por el valor y me dice que es un millón de pesos, pero que me hace un descuento. Me río. Cuando me pasa el libro y veo su valor le pregunto si acaso ese valor ya tiene descuento y contesta que sí. ¡Me lo llevo! Mientras le pago me cuenta que el autor escribió el libro después de su separación. ¡Otro más!, le respondo. No tiene nada en contra del matrimonio -indica, tampoco yo-, pero mejor no casarse. "Mire, no importa si es convivir, rejuntarse, o como le llamen. Está bien para mí, pero el contrato no". Yo estoy de acuerdo. Se queda pensando y me dice que a veces los hijos son los que muestran el paso de los años. Y que cómo él no tiene a veces no sé da cuenta, y que lo siente sólo cuando hace el ridículo.

Le pido que me de un ejemplo y dijo más o menos así:

"Un día iba en el metro, iba lleno. Y de repente vi a una chica joven. Buenamoza como usted. Ella me miró y yo la miré. Al rato un par de estaciones más allá la miré otra vez y ella me miró de nuevo y dije "Ah, esta quiere". Así que la seguí mirando y pasamos algo así como 10 estaciones juntos... Y en un momento ella me miró fijamente y yo la miré fijamente y cuando iba a dar un paso como para acercarme ella hizo un ademán de levantarse, pero volvió a sentarse y ahí fue que entendí. Me estaba mirando para darme el asiento".

Nos reimos y le dije que mejor nos quedáramos con el encanto. Guardé mi libro y le agradecí. Seguí mi camino por la calle merced mientras me sentía brillar, caminando sintiendo que una cámara me enfocaba mientras dejaba la tienda y luego lentamente se elevaba al nivel de los techos de los edificios, contemplando como me alejaba y me me disolvía entre la multitud con sus bolsas y los coches y sus bocinas, para luego, finalmente, mostrar los créditos de todos los que hicieron posible mi día.  *fin*


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