La ley de la calle


Todo lo aprendí en la calle, con los locos de la cuadra. Éramos todos iguales hasta que cada uno se fue especializando. Algunos actúan en patota pero yo soy solo. Trabajar con otra gente es demasiado complicado, sobretodo si se pelean con sus mujeres o andan cargados a la droga. Somos diversos pero en el fondo, todo lo que somos se lo debemos al Concho. Sí, todo comenzó con él.

Aquí en la población hay gente a la que le gusta trabajar y hay otros que somos “independientes”. Nadie nos manda. Eso es una gran ventaja ya que uno maneja su horario, trabaja cuando necesita y puede vivirse una buena vida. Los tiempos están difíciles eso sí, con tanto paco detrás de nosotros. A veces tenemos que tirar algunas monedas para que nos dejen tranquilos. Los cabros chicos de uno pueden ser discriminados en la escuela, les preguntan a qué se dedican los papás y todo eso. Yo a los míos los tengo bien entrenados: no hay que dar detalles, tan sólo que el papá es independiente. Tampoco les explico más para que no vayan a meter la pata, tan sólo que trabajamos y no tenemos jefe. Pa’ los cabros a veces es confuso, pues los otros papás a veces son pacos, bomberos o trabajan en alguna empresa conocida. Nosotros tenemos que mantener la reserva, uno nunca sabe quien anda detrás.

El Concho era de esos pendejos que en plena dictadura ya hacía de las suyas, arriba de los techos de los vecinos, robando los calzones y los paraguas de los patios, o echándote la choreá porque lo miraste demasiado. Ese pasaba a veces, cuando jugábamos a las bolitas, o cuando estábamos molestando a los hijos de los vecinos. Se nos unía y otras veces pasaba pa’l fundo de atrás de la villa, el que ahora está lleno de casas lindas.

Nos enseñó todas las malas costumbres cuando íbamos en sexto o séptimo, junto con el hijo de la señora Rosa, que venía saliendo de la cárcel. Ahora las generaciones están perdidas. Ahí los tienes, parados en la esquina con esa pinta de rapero de zapatillas caras y ropa deportiva de marca cuando no le trabajan un día a nadie. Patéticos.

El Concho no dejaba a nadie vivir tranquilo. Había que andarse con cuidado, tener respeto. Así no tenís independencia, es como la cosa nostra, los mafiosos… Y todos esos eran uña y mugre con él, claro, era mejor tenerlo del lado de uno que como enemigo. Pero para poder ascender alguien tiene que ser sacrificado, y le tocó a él. Era el más viejo sobreviviente, porque incluso el hijo de la señora Rosa había desaparecido. Como ya no hay respeto, si alguien te estorba lo sacas. No es como en Los Buenos Muchachos, donde hay una familia y una jerarquía.

El Concho estorbaba y le clavaron el cuchillo por la espalda. Lo acusaron de haber violado a la mina de alguien del clan. Hubo supuestos testigos, pero él juraba de guata que no había sido. Todos sabíamos que la mina aquella era una puta, que andaba con los locos cuando quería algo. Ésta le hizo la cama y el brevas cayó redondito. Todos lo acusaron, todos los traicionaron. Intentó venir acá a “aclarar” las cosas, pero sólo consiguió que le dieran una estocada con la que perdió un pulmón, y a la cárcel te he dicho… Creo que cuando se lo llevaban juró que volvería a vengarse de toditos.

Pasaron los años y al Concho sólo le faltaban un par de meses para salir de la peni. Los independientes que temían venganza se organizaron y deben haber pagado mucho para que, cuando ya no le quedaba nada para salir a matarlos a todos, se lo echaron. Así de fácil se lo echaron, hace un par de días, así de rápido y dentro de la cárcel. Esta gente, estos cuervos que aprendieron más malas costumbres que todos nosotros, tienen mucha influencia. Esa influencia que les permite entrar y salir de los juzgados sin pagar ni uno, tener amigos concejales que les paguen por ser de un bando u otros. Sí, esos, que además de vivir no dejan vivir al resto, esos malditos que nos desprestigian.

Al Concho lo mataron, salió en libertad dentro de un cajón. Su familia ya ni vivía acá en la villa. Se fueron años antes a freír monos a otra pobla con otros independientes con quien asociarse, que no supieran de los líos que los tenían marcados. Luego de su muerte, la hermana vino a pedir la sede social para velar al Concho, como si fuera una parte de esta villa. “Estai loca acaso? Nosotros no tenemos nada que ver con ese pato malo”. La presidenta le pegó el medio portazo en la cara.

Y así fue como este pato malo que se robaba los calzones y los paraguas de las señoras que después le daban comida, terminó en la calle. Sí, porque no tenían donde velarlo, y no se les ocurrió nada mejor que velarlo en la plaza de la población, con el cajón en el pasto, delante del muro de la garra blanca. Allí lo velaron, lo tuvieron un par de horas para que la gente que quería lo fuera a ver. Yo no fui, pero mi mamá si fue y me contó que estuvo allí y le tiró un par de flores.

Total, después de muerto, el pato no es tan malo.

Comentarios

Entradas populares